EL DOCENTE Y LA DOCENCIA
El Sol de Puerto Rico / Opinión
Por Víctor Cordioba Herrero / Escritor
“La educación es siempre un acto vital de continuidad y subsistencia que mira al futuro con esperanza”
Puede que las redes sociales permitan una comunicación rápida, ágil y coloquial; pero para que la gente se sienta acompañada y bien, es fundamental el rol de los docentes en la educación del mundo. Son ellos quienes han de formarse continuamente, entusiasmar a los alumnos y conducirlos a entender la vida, no como un cúmulo de conocimientos únicamente, sino más bien como un sumatorio de principios y valores, que es lo que nos hace sentirnos a gusto con nosotros mismos, crecer en creatividad y en sabiduría conjunta. Precisamente, hoy más que nunca hace falta alumbrar en la belleza, ya que andamos necesitados de ese espíritu armónico para pelear por la existencia; pues es un hecho que, los cultivos de la estética: ética/moral, configuran las sociedades haciéndolas más humanas.
En efecto, la docencia en todos los países se ha enmarañado mucho, y el mundo vive un déficit de auténticos pedagogos, muchos de los cuales ya no sabe ni qué enseñar, ni cómo forjarlo, ni a quién hacerlo. Cuando se pierde la autoridad y todo se mezcla al capricho del poder, resulta difícil hasta enderezarse uno mismo. Se adoctrina más que se reprende, y así resulta difícil convertirse en un solidario ser humano, para modificar actitudes y convertirnos en ciudadanos de bien, en individuos de palabra, que saben practicar el corazón con la cabeza. Quizá, por ello, la cultura que más urge en el planeta, sea la de despertar la pasión por crecer internamente, en el sentido de saber comunicar coherentemente lo vivido, para tutelarse uno así mismo, pero también para templar el alma ante las dificultades diarias.
Sea como fuere, la educación es siempre un acto vital de continuidad y subsistencia que mira al futuro con esperanza. De ahí, la importancia del docente y de la docencia, en los esfuerzos por una alianza educativa mundial, a fin de que los pueblos se entiendan mejor entre sí y sean capaces de superar divisiones, reconstruyendo relaciones para que pueda crecer en el mundo la comprensión. No olvidemos jamás, que se convence y se vence con el diálogo y con la acogida se abren todas las puertas, enraizando los más sublimes avances con el abrazo permanente. Por eso, en este momento tenemos que hablar de los fracasos, de la necesidad de esa emergencia instructiva e integradora, sobre todo a la hora del discernimiento, del significado mismo de la verdad y de la bondad. En el fondo, hay un problema de afectos y efectos que nos llevan a dudar todos de todo, hasta convertirnos en borregos, con mucho aprendizaje, pero con poco ejercicio de la mente para reflexionar.
Repensar nunca viene mal. Tampoco situar al ser humano en el centro de todo proceso vivencial, lo que conlleva saber escucharse y quererse, desde el respeto más absoluto y la consideración de la autocrítica. Si en el pasado nos formábamos en un estilo de vida productivo, en la actualidad además debe ser sostenible, y el docente aparte de darle una misión humanista debe reconsiderar la obra didáctica como algo que consiste en saber usar responsablemente nuestros talentos y habilidades, de manera que seamos capaces de vivir en familia y para la sociedad, en ese bien colectivo, al que todos tenemos el deber de aportar nuestro espíritu solidario, tras unir voluntad con veracidad. Debemos hacer, por consiguiente, que este mundo que se nos ha quedado pequeño, crezca en conciencia de unidad y unión, más allá de nuestros egoísmos, que suelen hacernos esclavos de nuestras propias miserias.
En cualquier caso, y a poco que naveguemos con la mirada por nuestro alrededor, nos daremos cuenta que la labor del docente no es nada fácil, se trata de impartir una docencia, ya no únicamente para que no se pierda un solo talento por falta de oportunidades, sino también para mejorar la convivencia y adquirir razón de la justicia, con la libertad que esto supone, de volar responsablemente en todos los campos de combate del pensamiento humano. Indudablemente, hacen falta maestros que viertan amor en cada palabra que pronuncien y programas que nos universalicen en la estima de la sensatez, sin obviar el modo de estar y de ser más luz que sombra. Al fin y al cabo, el amor que pongamos en todo va a ser la llave que nos lleve al gozo o al sufrimiento. Por desgracia, aún nadie tiene la cátedra viviente consolidada. Sí, aún estamos todos de aprendices.