El claroscuro del futuro de la electrificación con energía nuclear

Por Rafael Santiago Medina

Inter News Service

San Juan, 22 noviembre de 2022.- Los precios del petróleo y del gas se han disparado en los últimos dos años, y con ellos los costos de la producción eléctrica y la factura de electricidad. En tanto, el calentamiento global avanza y los países parecen incapaces de cumplir con los objetivos de emisiones. Y, por si esto fuera poco, la guerra de Ucrania ha evidenciado la vulnerabilidad energética de Europa por su alta dependencia del gas ruso.

En respuesta a esta situación mundial, que afecta desde luego a Puerto Rico, existen -por ejemplo- mandatarios como Emmanuel Macron, de Francia, quien asegura que “ha llegado el momento del renacimiento nuclear”. Macron ha cambiado de políticas antinucleares a inversiones multimillonarias en nuevos reactores.

Como Macron -quien cinco años antes había prometido reducir en un tercio la generación atómica en Francia- muchos otros dignatarios han cambiado su postura sobre la energía nuclear, denostada recientemente desde el accidente de Fukushima en 2011.

Ha sido una guerra -la de Ucrania y Rusia- la que ha puesto en evidencia que no se puede depender tanto de los combustibles fósiles, para reforzar con realidad económica tangible el problema ambiental, visto erróneamente desde el punto de vista exclusivamente teórico, pero que el cambio climático lo ha hecho que se visualice de manera pragmática y vivencial.

Pese a eso, los combustibles fósiles todavía generan al menos dos tercios de la energía eléctrica y de las emisiones de gases de efecto invernadero en el mundo, según diferentes estudios de organizaciones internacionales.

La contaminación del aire por la quema de combustibles fósiles causó ocho millones de muertes en 2018, según un estudio de la Universidad de Harvard.

Con el ritmo de producción actual se prevé que las emisiones aumenten un 14% esta década, echando por tierra los objetivos del Acuerdo de París de 2015, de reducir el aumento de temperatura global a 1.5 ºC para finales de siglo.

Ante la imbatible necesidad de cambiar las fuentes energéticas, es ya un consenso la urgencia de encontrar un modelo de producción eléctrica que no dependa de los combustibles fósiles.

Y hay dos opciones disponibles para la des carbonización para reducir la contaminación atmosférica: la nuclear y las renovables.

Lo más realista, conforme a cómo piensan cada vez más personas, es aumentar tanto la producción atómica como de renovables para acabar reduciendo a cero las de carbón, gas y petróleo.

Esto no ocurriría de la noche a la mañana: solo construir una central nuclear y ponerla en funcionamiento suele llevar entre cinco y 10 años.

Por ahora, la energía nuclear está fundamentada en reactores nucleares de fisión atómica para producir energía.

Al dividir un átomo pesado -generalmente de uranio 235- se producen más neutrones en un efecto multiplicador, desatando en una fracción de segundo una reacción en cadena. Esto libera neutrones, rayos gamma y grandes cantidades de energía; el intenso calor aumenta la temperatura del agua y produce vapor. El vapor hace girar las turbinas del reactor, que activan un generador para producir electricidad y finalmente enviarla a la red.

Aunque se sigue avanzando tecnológica y científicamente, la fusión nuclear consiste en liberar enormes cantidades de energía forzando la unión de los núcleos atómicos en lugar de dividirlos. Esto es parecido a la reacción que ocurre en las estrellas, como el sol.

Se considera la solución definitiva para el suministro futuro de la humanidad, pues apenas contamina o consume recursos y podría producir energía casi ilimitada. Sin embargo, para recrearla con éxito se requiere de una alta tecnología que aún está en desarrollo. Expertos creen que la fusión nuclear podría tomar protagonismo en la segunda mitad de este siglo.

La Comisión Europea (CE) clasificó el pasado febrero como “verde” la energía nuclear, al considerarla necesaria para la transición hacia una generación sin emisiones de dióxido de carbono, principal causante del efecto invernadero.

Las centrales nucleares emiten un promedio de 28 toneladas de ese gas por cada gigawatio hora que producen, muy por debajo de las 888 de las de carbón, las 735 de petróleo y las 500 de gas natural, según el informe técnico de la CE. El humo que emanan los reactores nucleares es, en realidad, solamente vapor de agua.

La ONU, por su parte, advirtió en 2021 que los objetivos globales para frenar el calentamiento global no podrán alcanzarse si se excluye a la energía atómica. Especificó en un informe que en el último medio siglo la energía nuclear ha ahorrado el equivalente a dos años de emisiones globales de dióxido de carbono.

Hay quienes aseguran que la energía nuclear es tan verde y segura como las energías renovables, no siendo esto una cuestión de mera opinión, sino que está evidenciado en múltiples estudios realizados por expertos.

Pero no todos están de acuerdo en que la energía nuclear sea limpia.

“Si bien la energía nuclear no emite gases de efecto invernadero al mismo nivel que los combustibles fósiles, en realidad emite más CO₂ por kWh que cualquiera de las renovables, ya que un reactor nuclear necesita un combustible para generar electricidad y su obtención sí emite gases de efecto invernadero”, asegura Greenpeace.

La entidad protectora del ambiente cita datos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) al remarcar que, incluso triplicando la capacidad nuclear mundial, la reducción de las emisiones de carbono sería solo del 6%, un impacto que considera insuficiente para cumplir con los objetivos climáticos.

Los detractores de la energía nuclear también alegan que extraer uranio produce daños medioambientales, que decomisionar una planta es costoso y contaminante, o que existe el riesgo de accidente o ataque militar a instalaciones atómicas, muy bajo, pero con consecuencias potencialmente desastrosas si ocurre.

Otro de sus principales argumentos es que la fisión nuclear produce residuos radiactivos con un alto potencial contaminante.

Los residuos, que en su mayoría provienen del combustible nuclear gastado en las centrales, son materiales sólidos y líquidos que contienen isótopos radiactivos. Pueden ser tóxicos desde décadas hasta miles de años y su tratamiento es muy complejo.

Por ejemplo, en el caso de residuos de alta actividad hay que almacenarlos en tres etapas diferentes, la última de ellas bajo el suelo a entre 200 y mil metros de profundidad.

A pesar de los temores que perviven, todavía entre muchos ambientalistas sin importar los avances tecnológicos logrados últimamente, unos 96 reactores operativos que producen más de 90 gigavatios operan en Estados Unidos, acaparando casi un tercio de la producción global de energía atómica, seguido de China y Francia, con más de un 13% cada uno, según datos del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).

En Francia, las plantas nucleares generan el 70% de la producción eléctrica, lo que lo sitúa como número uno mundial en este aspecto.

En tanto que Macron anuncia un plan energético para los próximos años que incluye seis nuevos reactores con un costo estimado de unos 50 mil millones de euros, Alemania ha quedado entre la espada y la pared con la guerra en Ucrania, y ahora no está claro si continuará con sus planes de cerrar este año sus tres últimas centrales nucleares.

El presidente del Instituto Económico Alemán, Clemens Fuest, declaró recientemente que las centrales deberían seguir funcionando “al menos hasta superar la dependencia del gas ruso”. 

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